A mi humilde parecer, son tres las mayores amenazas con las que puede tener que enfrentarse la humanidad en este presente siglo que nos ha tocado vivir:
I.- El cambio climático producido por el calentamiento global en la atmósfera del planeta. No voy a entrar aquí en analizar responsabilidades, víctimas o verdugos; ese es un tema ampliamente debatido y pormenorizado por los medios de comunicación y la comunidad científica. También creo que sobra a estas alturas cualquier intento por convencer a nadie de su existencia. Lo que a mí realmente me preocupa son sus inevitables consecuencias. El alcance de estas consecuencias es sólo hipotético; se barajan muchas y diferentes posibilidades de hasta dónde podrían llegar, desde las más catastrofistas a las más tenues, pero ninguna de ellas debería dejarnos indiferentes.
Algunas de estas consecuencias ya las estamos sufriendo, sobretodo en aquellos lugares donde las temperaturas son más extremas. Es por donde se empieza, pero sólo es cuestión de tiempo que nos lleguen a todos. Pero de todos los efectos de este calentamiento global, el que quizás sea más peligroso y preocupante es el de la grave sequía que sufrirán extensas regiones del planeta. El hombre, como cualquier otra especie viva, tiene un instinto natural que aún no ha perdido: el de la supervivencia; las poblaciones afectadas por estos cambios más adversos que les impidan vivir con normalidad, no se resignarán a su condición miserable, como ya vienen haciendo desde siempre, sino que se movilizarán en busca de mejores tierras donde vivir, sin tener en cuenta el cómo ni el cuándo; la supervivencia es lo primero, y mientras existan lugares donde se viva medianamente bien, éstos nunca estarán a salvo de la invasión, pacífica o violenta, de los más desfavorecidos. Si a esto le unimos la pérdida de kilómetros y kilómetros de costa debido al aumento del nivel del mar, el escaso terreno que vaya quedando habitable, tampoco será un lugar muy agradable donde vivir, sobretodo si continuamos sin hacer nada por controlar el exceso de demografía que ya sufre el planeta.
II.- La crisis económica mundial que producirá la escasez del petróleo. Se han escuchado muchos argumentos por parte de la comunidad científica advirtiéndonos sobre la desaparición del petróleo en este siglo y, al menos yo, aún no he oído a nadie que lo niegue, cosa rara teniendo en cuenta que siempre hay gente para todo. Lo que me da que pensar que van a tener razón.
Desde hace aproximadamente ciento cincuenta años el mundo es movido por el petróleo. Cierto que existen energías alternativas listas para ser usadas y otros materiales que podrían ser sustitutivos perfectos del petróleo, pero no nos llevemos a engaño, la industria petrolera es la mayor del mundo y con diferencia. Aquellos que viven de su explotación, que son muchos, no se resignarán tan fácilmente a dar paso a otros que les vayan pisando el terreno que tan bien consolidado tienen a día de hoy. Con lo cual, sería lógico pensar que las medidas oportunas para la sustitución de esta materia se relegarán hasta el infinito, o sea, hasta que ya no quede más remedio que hacerlo. Para entonces, su escasez habrá hecho aumentar los precios de forma alarmante, como nunca antes se habrá visto, provocando la mayor crisis financiera mundial a que este planeta se haya tenido que enfrentar nunca.
Sus efectos pasarán con el tiempo, y nos iremos adaptando a lo que vayan sacando estas grandes multinacionales, pero mientras tanto, el caos general será inevitable, sobretodo en aquellos países más ricos y desarrollados donde la economía lo es todo. Habrá despidos masivos, cierres de empresas de toda índole, huelgas y grandes manifestaciones, movimientos de población en busca de trabajo, etc. Nadie se verá libre de sus efectos ni estará a salvo de las terribles consecuencias que podrá acarrear.
III.- Una posible guerra entre culturas. Por supuesto me estoy refiriendo a las culturas occidentales y tradicionalmente educadas en la fe judeocristiana y en aquellas otras que profesan la religión del Islam.
El siglo no pudo empezar de peor manera, con el trágico atentado terrorista en Estados Unidos que acabó con las torres gemelas de Nueva York y con la vida de miles de víctimas inocentes. Su repercusión tampoco se puede decir que haya sido muy buena, ya que, para colmo, el país más poderoso del mundo contaba en aquellos momentos con uno de los peores presidentes que jamás haya tenido. Sus invasiones sobre Afganistán e Irak nunca se sabrá si fueron necesarias o no, lo que sí es seguro es que han abierto una brecha insalvable en las ya maltrechas relaciones entre judeocristianos y musulmanes. El hecho de que se diga que Osama Ben Laden, el cabecilla del grupo terrorista Al Qaeda, pudiera salir elegido por mayoría como presidente hasta en cinco países, en caso de poder presentarse y de que estos países contasen con elecciones democráticas, claro está, es un dato altamente preocupante. Indica el odio tan aberrante que ha conseguido crear, con motivos o sin ellos, en la población islámica hacia todo el mundo occidental. Y no estamos ya hablando de terroristas fanáticos en busca de poder o venganza, sino de ciudadanos civiles, simples trabajadores inocentes que se levantan cada día con la sana preocupación de mantener a sus familias.
En el bando contrario tampoco es que anden las cosas mucho mejor. Las sospechas hacia todo lo que huela a árabe se han acrecentado, y a pocos les hace gracias tener un vecino musulmán viviendo a su lado.
La invasión de Afganistán no ha conseguido acabar con los talibanes, los cuales se hacen cada día más fuerte en su territorio. En Irak no cesa la violencia ni un solo día. El eterno conflicto entre palestinos e israelíes tampoco parece decrecer ni un ápice, sino más bien todo lo contrario. Ni se conoce el número de campos de entrenamiento de terroristas que pudieran existir. La industria armamentística continúa creciendo sin cesar, proveyendo a todo aquel que tenga dinero con el que pagar. El odio perdura, generación tras generación. Y parece imparable.
No ha habido un solo siglo de la historia conocida que no tuviera su guerra; en el anterior fueron muy numerosas, algunas de ellas aún perduran. El hecho de que hasta ahora no nos haya tocado vivir alguna de cerca no significa que no nos pueda alcanzar en cualquier momento. Cualquier chispa, por nimia que parezca, hará colmar el vaso de la ira, pudiendo provocar un baño de sangre junto a nuestra casa. Tampoco nadie se encuentra a salvo de esta amenaza.
Por supuesto que una guerra así también traería consigo una serie de consecuencias inevitables que sí que alcanzarían a todo el mundo, incluso a aquellos más alejados de las balas y misiles. Las bolsas caerían en picado, los precios se dispararían, todo lo expuesto en el punto anterior sobre la crisis económica global podría producirse igualmente.
Todo lo expuesto hasta ahora que haga referencia al futuro, no son más que hipótesis y conjeturas, nada que se pueda dar por cierto sin ninguna duda. Pero los fundamentos creo que son lógicos, no son disparatados. Yo no me tengo por una persona pesimista, ni pienso que la humanidad se vaya a extinguir con nada de esto. El hombre sobrevivirá a las adversidades, como ha venido haciéndolo hasta ahora, y muy bien por cierto, pero no está de más el conocer los hechos a los que podríamos enfrentarnos de continuar la tendencia actual, que por otro lado, no tiene aspecto de que vaya a cambiar mucho. Cada cual que actúe en consecuencia, conforme su conciencia y su razón le dicten.
I.- El cambio climático producido por el calentamiento global en la atmósfera del planeta. No voy a entrar aquí en analizar responsabilidades, víctimas o verdugos; ese es un tema ampliamente debatido y pormenorizado por los medios de comunicación y la comunidad científica. También creo que sobra a estas alturas cualquier intento por convencer a nadie de su existencia. Lo que a mí realmente me preocupa son sus inevitables consecuencias. El alcance de estas consecuencias es sólo hipotético; se barajan muchas y diferentes posibilidades de hasta dónde podrían llegar, desde las más catastrofistas a las más tenues, pero ninguna de ellas debería dejarnos indiferentes.
Algunas de estas consecuencias ya las estamos sufriendo, sobretodo en aquellos lugares donde las temperaturas son más extremas. Es por donde se empieza, pero sólo es cuestión de tiempo que nos lleguen a todos. Pero de todos los efectos de este calentamiento global, el que quizás sea más peligroso y preocupante es el de la grave sequía que sufrirán extensas regiones del planeta. El hombre, como cualquier otra especie viva, tiene un instinto natural que aún no ha perdido: el de la supervivencia; las poblaciones afectadas por estos cambios más adversos que les impidan vivir con normalidad, no se resignarán a su condición miserable, como ya vienen haciendo desde siempre, sino que se movilizarán en busca de mejores tierras donde vivir, sin tener en cuenta el cómo ni el cuándo; la supervivencia es lo primero, y mientras existan lugares donde se viva medianamente bien, éstos nunca estarán a salvo de la invasión, pacífica o violenta, de los más desfavorecidos. Si a esto le unimos la pérdida de kilómetros y kilómetros de costa debido al aumento del nivel del mar, el escaso terreno que vaya quedando habitable, tampoco será un lugar muy agradable donde vivir, sobretodo si continuamos sin hacer nada por controlar el exceso de demografía que ya sufre el planeta.
II.- La crisis económica mundial que producirá la escasez del petróleo. Se han escuchado muchos argumentos por parte de la comunidad científica advirtiéndonos sobre la desaparición del petróleo en este siglo y, al menos yo, aún no he oído a nadie que lo niegue, cosa rara teniendo en cuenta que siempre hay gente para todo. Lo que me da que pensar que van a tener razón.
Desde hace aproximadamente ciento cincuenta años el mundo es movido por el petróleo. Cierto que existen energías alternativas listas para ser usadas y otros materiales que podrían ser sustitutivos perfectos del petróleo, pero no nos llevemos a engaño, la industria petrolera es la mayor del mundo y con diferencia. Aquellos que viven de su explotación, que son muchos, no se resignarán tan fácilmente a dar paso a otros que les vayan pisando el terreno que tan bien consolidado tienen a día de hoy. Con lo cual, sería lógico pensar que las medidas oportunas para la sustitución de esta materia se relegarán hasta el infinito, o sea, hasta que ya no quede más remedio que hacerlo. Para entonces, su escasez habrá hecho aumentar los precios de forma alarmante, como nunca antes se habrá visto, provocando la mayor crisis financiera mundial a que este planeta se haya tenido que enfrentar nunca.
Sus efectos pasarán con el tiempo, y nos iremos adaptando a lo que vayan sacando estas grandes multinacionales, pero mientras tanto, el caos general será inevitable, sobretodo en aquellos países más ricos y desarrollados donde la economía lo es todo. Habrá despidos masivos, cierres de empresas de toda índole, huelgas y grandes manifestaciones, movimientos de población en busca de trabajo, etc. Nadie se verá libre de sus efectos ni estará a salvo de las terribles consecuencias que podrá acarrear.
III.- Una posible guerra entre culturas. Por supuesto me estoy refiriendo a las culturas occidentales y tradicionalmente educadas en la fe judeocristiana y en aquellas otras que profesan la religión del Islam.
El siglo no pudo empezar de peor manera, con el trágico atentado terrorista en Estados Unidos que acabó con las torres gemelas de Nueva York y con la vida de miles de víctimas inocentes. Su repercusión tampoco se puede decir que haya sido muy buena, ya que, para colmo, el país más poderoso del mundo contaba en aquellos momentos con uno de los peores presidentes que jamás haya tenido. Sus invasiones sobre Afganistán e Irak nunca se sabrá si fueron necesarias o no, lo que sí es seguro es que han abierto una brecha insalvable en las ya maltrechas relaciones entre judeocristianos y musulmanes. El hecho de que se diga que Osama Ben Laden, el cabecilla del grupo terrorista Al Qaeda, pudiera salir elegido por mayoría como presidente hasta en cinco países, en caso de poder presentarse y de que estos países contasen con elecciones democráticas, claro está, es un dato altamente preocupante. Indica el odio tan aberrante que ha conseguido crear, con motivos o sin ellos, en la población islámica hacia todo el mundo occidental. Y no estamos ya hablando de terroristas fanáticos en busca de poder o venganza, sino de ciudadanos civiles, simples trabajadores inocentes que se levantan cada día con la sana preocupación de mantener a sus familias.
En el bando contrario tampoco es que anden las cosas mucho mejor. Las sospechas hacia todo lo que huela a árabe se han acrecentado, y a pocos les hace gracias tener un vecino musulmán viviendo a su lado.
La invasión de Afganistán no ha conseguido acabar con los talibanes, los cuales se hacen cada día más fuerte en su territorio. En Irak no cesa la violencia ni un solo día. El eterno conflicto entre palestinos e israelíes tampoco parece decrecer ni un ápice, sino más bien todo lo contrario. Ni se conoce el número de campos de entrenamiento de terroristas que pudieran existir. La industria armamentística continúa creciendo sin cesar, proveyendo a todo aquel que tenga dinero con el que pagar. El odio perdura, generación tras generación. Y parece imparable.
No ha habido un solo siglo de la historia conocida que no tuviera su guerra; en el anterior fueron muy numerosas, algunas de ellas aún perduran. El hecho de que hasta ahora no nos haya tocado vivir alguna de cerca no significa que no nos pueda alcanzar en cualquier momento. Cualquier chispa, por nimia que parezca, hará colmar el vaso de la ira, pudiendo provocar un baño de sangre junto a nuestra casa. Tampoco nadie se encuentra a salvo de esta amenaza.
Por supuesto que una guerra así también traería consigo una serie de consecuencias inevitables que sí que alcanzarían a todo el mundo, incluso a aquellos más alejados de las balas y misiles. Las bolsas caerían en picado, los precios se dispararían, todo lo expuesto en el punto anterior sobre la crisis económica global podría producirse igualmente.
Todo lo expuesto hasta ahora que haga referencia al futuro, no son más que hipótesis y conjeturas, nada que se pueda dar por cierto sin ninguna duda. Pero los fundamentos creo que son lógicos, no son disparatados. Yo no me tengo por una persona pesimista, ni pienso que la humanidad se vaya a extinguir con nada de esto. El hombre sobrevivirá a las adversidades, como ha venido haciéndolo hasta ahora, y muy bien por cierto, pero no está de más el conocer los hechos a los que podríamos enfrentarnos de continuar la tendencia actual, que por otro lado, no tiene aspecto de que vaya a cambiar mucho. Cada cual que actúe en consecuencia, conforme su conciencia y su razón le dicten.
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